…Y se contempla al espejo entre lánguidas caídas de párpados. Con sus blancas y somnolientas manos, acaricia uno de sus senos sublimes, y un hálito suicida se refleja al mirar su espíritu. La cabellera como sangre gotea en su cintura y con la piel blanca como una rosa fúnebre adquiere el aspecto de estatua gótica: la belleza trágica, pasada por la complacencia de un Dios misericordioso.
Los ojos de un profundo azul atardecer delatan su intención: “Estaría bien hacer de mí un fantasma intemporal, aislarme en el tiempo para llorar eternamente, o prender la perpetuidad con mis oraciones, maquillarme pálida, marcarme ojeras incesantes, ojos silentes y labios de plata. Ajustarme un corsé etéreo y envolverme en un vaporoso vestido incorruptible, posarse como un ave extraña en épocas venideras, y jamás volver a sentir la dicha, ni la esperanza”.