domingo, 3 de julio de 2011




La soledad nunca propone una tristeza
Porque sólo busca un ligero pestañear,
El pequeño azul Prusia del recuerdo evadido,
Y la hora de pluma bajo la alfombra,
Sin vestigios de párpados marchitos…
Como una atalaya sin zarpazos de combate,
Como los breves pasos de unos dedos vacilantes,
Que llevan la humedad de las pieles al sexo. 

Pero tú eliges el canto de la tristeza
Por temor a encontrarte fuera de ti.
Nada es tan real, para ti, como el otoño:
Es el dolor que encierras en tus pestañas…
Porque los nombres que arrojamos al olvido
Vuelven fantasmales en un aire irrespirable:
El tenue aliento de un junio que muere.

sábado, 2 de julio de 2011



 Voy caminando por la calle
con mis manos atadas al recuerdo,
 Mis pies calzados pero mudos,
mis pasos vacíos e indescifrables;
con sólo los ecos de mis pensamientos
y los fantasmas que huyen de mis sueños.

Sus pasos son lamentos,
gemidos infantiles de un dolor intransigente
sobre el presuroso rodar de un triciclo indetenible.
Yo huyo de él,
intento dejarlo atrás,
en el ayer,
en la calle solitaria,
en los mapas de mis manos,
en este perenne caminar del sueño sin época, ni espacio…
Mas el niño llama a gritos,
Va detrás de mí con paso raudo en su triciclo.


¿Dónde está la gente, sus sonidos, sus pasos, sus autos,
en esta calle que tantas veces recorrí?
¿Dónde está mi esposa infinita?
¿Dónde está el cielo, el sol, y las flores de las ventanas?

Reconozco los distantes edificios de portones taciturnos,
El aroma blanco, el suspenso otoñal,
los soflamas del aire, las esquinas evanescentes: París.

Antes de correr pensaré un poco más
En el silencio de la oración, el misterio de la plegaria;
en las tardes lluviosas de mi país natal,
en el día hermoso que no conoce crepúsculo…  
Antes de vivir sé lo que haré:
Oraré y esperaré.
Perseguido por el dolor de un niño fantasma en triciclo
Intentaré conocer el final de la calle solitaria…

Indetenible y recurrente,
sé que no dejará de seguirme
con su  incesante y vacío llanto,
sus promesas de un eterno desespero.
Observo los mapas de mis manos,
conozco mi destino,
 sé a dónde voy:
 No dejará de hostigarme.

Su pedalear suena cada vez más próximo…
Yo aligero mis pasos,
él corre detrás como el segundero de un reloj,
sin desistir de clamar en pos de mí su indetenible desconsuelo.

¿Por qué lloras y corres tras de mí, niño fantasma?
¿Acaso ya estoy muerto?

Harold MUÑOZ  París 19 junio 2011